Doña Asunción ordenaba: Agua, telas limpias. Salgan todos. Quiero acompañarlas, musitó Aurelio. Con un gestó le indiqué: No. Cálmese señora, las cosas no son tan graves. Sabiéndolo un recurso, callé. La pequeña estaba atrancada. No podría salir aunque Asunción trabajara. La sangre fluía. Me desvanecí. Más tarde me dijeron la niña nació bien, lo único raro es que tiene una trompa como de elefante. Le haremos cirugía facial. Miré asustada allí estaba la prueba flagrante de mi delito. Mi marido un cornudo, yo una coqueta. Me enamoré de Ganesha y me poseyó en sueños. Aurelio me miraba con compasión. Pero no pidió el divorcio. En adelante me torturaría.
AnA