Y le dije: Ven a mi lado apóyate en mi hombro, deja que acaricie tu cabeza y te ponga ungüentos olorosos a maderas y azahares para que tu cuerpo descanse de sus dolores. Llevé entonces velas y flores de frangipán y ungí su cuerpo y lo acaricié despacio, con dulzura, quedito, quedito, hasta que durmió en mis brazos por tres noches y tres días. Lo alimentaba con leche de cabra y pan ácimo, pescado ahumado y tomates con albahaca. Todo igual, todo distinto.
Habló a mi corazón y me contó sus penas, apoyó su cabeza en la almohada y luego ya descansado y en paz me tomó en sus brazos y fuimos el amor y los sueños y volamos en carros de fuego al cielo y bajamos al infierno tantas veces con angustia y buscamos el secreto de las amapolas y los nidos de las arañas y las golondrinas e inventamos palabras para nosotros y reímos y cantamos y fuimos uno y dos y tres y seis y siete y cuatro por doce y soñamos despiertos y vivimos dormidos. Fuimos libres y amantes y dos y todos.
Pensando mejor, fue así: Existíamos tú y yo. Tu mirada con su luz abrió mi entendimiento y me dio la fuerza para avanzar entre espinas y abrojos hasta llegar a tu orilla renovada y llena de esperanzas. Fue tu mano la que me dio de comer y de beber y fueron mis palabras las que salieron de mi pecho para sanar mis heridas y me hiciste descansar en tu almohada.
Después de la transformación me diste tu amor como una ofrenda de sedas y flores rojas.
Transcurrimos por una senda de luz y de calma, transformamos los sueños en besos y el temor en sosiego. Y fuimos el amor y los sueños y la vida. Y fuimos libres y amantes y dos y todos.
Analuna
Escrito un martes de abril del año de gracia de 1352 en Coímbra